Por Florencia Altieri 5to año B
Desde hace dos años vengo escuchando y leyendo sobre un retiro llamado “Pascua Joven”. Desde hace dos años veo bailar a las chicas del colegio las coreografías el día después que termina en los recreos. Desde hace dos años que distingo un antes y un después en las que fueron, como si de un miércoles a un domingo pasan a ser personas completamente diferentes. Y este año por fin, llegó el turno de vivir por mí misma eso que tanta emoción les generó a las más grandes y que yo quería sentir porque me animaba su entusiasmo.
Fui con muchísimas expectativas de pasarla bien, de conocer gente nueva, de vivir una Semana Santa diferente y sobre todo de acercarme más a Jesús y comprender en carne propia por todo lo que Él pasó. Cuando llegué, me di cuenta que era una locura, ochocientos cincuenta jóvenes reunidos en un solo lugar por la misma razón, todos con las mismas expectativas y ganas de hacer todo. Las actividades, los juegos, los desiertos, las coreografías y hasta el coro, todo era realizado por y para jóvenes, y eso era algo que nunca había vivido.
Pascua Joven es de esas experiencias que, por más que te las cuenten, nunca llegas a dimensionar. Eso que hace dos años pensaba “ya me tienen cansada con la canción de Pascua Joven, ya terminó, supérenlo”; me pasó a mí, hoy soy la que no puede parar de cantar, la que no puede evitar bailar las coreografías, la que busca cualquier momento para hablar sobre lo que viví en esos cinco días. Soy de las que llegó siendo una y volvió siendo otra.
En Pascua Joven pude comprender y sentir esa historia de Semana Santa que me cuentan todos los años. Pude ver con mis propios ojos a Él, con la cruz en su espalda, con una corona de espinas, débil por tantas heridas y tanto dolor, con su madre envuelta en llanto y ella con Juan a su lado. Pude verlo crucificado, y sentir en carne propia todo eso. También pude darme cuenta que no es una historia que tiene un fin, sino que hoy Jesús sigue cargando con la cruz de nuestros pecados, que hoy lo seguimos condenando y echándole la culpa de lo que nos pasa; cuando en realidad es Él el que nos ayuda a soportar nuestros problemas, que está ahí para darnos una mano, que nunca nos abandona y siempre nos perdona.
¡Qué alegría saber hoy que Jesús ha resucitado en el corazón de todos nosotros!. Entendí que Él vive dentro mío y que para amarlo, primero necesito amarme a mí para así después poder amarlo en los demás. Porque si Él me amó hasta el punto de entregarse por mí ¿cómo no voy a querer amarlo yo también? Y eso es justamente lo que quiero contagiar a los demás jóvenes, a darse cuenta que su vida tiene sentido si en ella está Dios, y que es hermoso encontrar a Jesús vivo en el otro.
Muchas veces escuché la frase “la juventud está perdida” y eso es completamente falso. Hoy quiero predicar al mundo lo que siento, así también lo quieren ochocientas cincuenta personas y…es bastante ¿no? Los jóvenes somos el futuro del mundo, ¿quién más que nosotros mismos podemos anunciar La Buena Noticia a otros jóvenes?. Confío plenamente en que si es la voluntad de Dios, todo, absolutamente todo, es posible, y que si cada una de estas personas que estuvimos participando de Pascua Joven salimos a anunciar con nuestra vida misma todo lo que aprendimos, podremos llegar a lograr hasta lo que considerábamos imposible.