Entre risas, juegos y un gran inflable, Lourdes Arbeloa, ex alumnas del colegio y colaboradora de voluntariado de La Soledad relata todo lo vivido ese día con los niños.
“– ¿Quién quiere jugar a todos los juegos?
– ¡Yo!
– ¿Quién quiere llevarse un premio?
– ¡Yo!
– ¿Quién quiere pasarla bien?
– ¡Yo!”
Para el momento en que los niños palpitaban el comienzo de su fiesta respondiendo a coro a las preguntas de la seño Ceci, el viento ya se había llevado lejos las nubes que cubrían el cielo. Después de una mañana gris, el sol iluminó los colores de la siesta. A la cuenta de tres, todos corrieron desde la capilla hacia la Plaza Madre Elmina, donde los juegos de la kermese brillaban entre guirnaldas y globos.
Unos demostrando su puntería con aros, pelotas o tapitas. Otros intentando mantener el equilibrio en el Twister. Algunos concentrados en ganar en la memoria y otros con su fuerza en el tumbalatas. No faltaron los ansiosos que se adelantaban de su lugar en la fila y los más grandes que intentaban calmarlos.“Yo quiero una mariposa”, se escuchaba entre los pedidos de la mesa donde se los tatuaba con tempera. La música de los parlantes se mezclaba con la de las risas y los aplausos.
Mientras tanto, madres y jóvenes hicieron un viaje en el tiempo hacia su niñez. Congregadas en el quincho de la capilla, recordaron anécdotas de sus primeros años de vida y reflexionaron sobre lo que significa la infancia para ellas. Mientras el mate se pasaba de mano en mano, muchas coincidían en las diferencias que encontraban entre los más pequeños de hoy y lo que ellas habían vivido. Después llegó el momento de los pinceles, para volcar en un lienzo aquellos ingredientes necesarios para vivir una niñez sana y feliz. Minutos más tarde, las artistas entregarían a los chicos esa bandera como regalo, en medio de agradecimientos y ojos que brillaban.
Un rato antes, la lluvia de “muchas gracias” la recibió Pablo. Él llegó en su camioneta para sorprender a todos con uno de los juegos favoritos de los chicos: el inflable. Mayor fue la sorpresa y la emoción cuando aclaró que no se lo llevaba de regreso a la ciudad, sino que quedaba ahí para que la comunidad pueda disfrutarlo durante todo el año.
La tarde se fue despidiendo con medialunas, gaseosas, una bolsita de juguetes para cada uno, un sinfín de juguetes sorteados y muchas, muchas sonrisas. La fiesta se realizaba una vez más gracias a muchos corazones generosos que compartieron lo que tenían y a otros tantos que dieron su tiempo para organizar cada detalle. Porque este festejo se renueva cada día en el compromiso por luchar por los derechos de los niños y cuidar su dignidad como personas. Por eso, chicos y grandes tuvieron un corazón de niño y disfrutaron ese día como tal, porque “el reino de los cielos es de los que son como ellos”. (Por Lourdes Arbeloa)