Niños del pueblo de La Soledad recibieron el mes de diciembre pasado por primera vez a Jesús Sacramentado. Los prepararon catequistas del equipo del Voluntariado. El sacerdote Domingo Cosenza fue el encargado de impartir la primera comunión y celebrar la Santa Misa.
(Por Lourdes Arbeloa) Alexis advierte la llegada de la bandeja de panchos y se le pega como imán a la heladera. En los seis años que voy compartiendo con él, a esta escena la vi mil veces. Pero en esta función, el protagonista le dio más letra a su guión. No sólo dijo el tradicional “Yo quiero”, sino que además agregó “por favor”. Y esa misma mañana lo escuché pronunciar las “palabras mágicas” tres veces, para pedir diferentes cosas. Quizás el buzo nuevo de Boca que tenía puesto, lo animaba a salir a la cancha con esa expresión. Quizás lo motivó el haber recibido el bautismo y su Primera Comunión el día anterior. Tanto que le hablaron de ese tal Jesús, quizás lo estaba imitando, consciente o inconscientemente.
Probablemente Alexis no aprobaría todos los exámenes de una catequesis tradicional, pero Dios igual lo invitó a sentarse en su mesa. El nene de 8 años y otros veinte niños de La Soledad recibieron su Primera Comunión el 18 de diciembre, el último domingo de Adviento. La Plaza Madre Elmina se vistió de blanco y amarillo y los toboganes, hamacas y pasamanos sirvieron de asiento para los familiares, amigos y vecinos que no se quisieron perder la fiesta. La posición del sol a las seis de la tarde empujó el altar y los bancos hacia un costado, como para escapar del calor. Los voluntarios, jóvenes y adultos, iban y venían acomodando los últimos detalles: Traigamos más sillas, repasemos el guión y las lecturas, afinemos la guitarra, no nos olvidemos de las ofrendas. A pocos metros, en la cocina de la casita del Voluntariado, se iba cocinando todo para el brindis. Mientras tanto, en el interior de la capilla, los chicos que se habían preparado durante todo el año para ese día, escucharon de nuevo la invitación de Jesús a estar más cerca de Él. Todos impecables, vestidos para la ocasión y perfumados, se pusieron en fila como sus catequistas les indicaron. Mientras rezaban la oración previa a su entrada, sus ojos brillaban y sus sonrisas ansiosas parecían decir “por fin llegó el día”.
Minutos antes de las siete, Fray Dominguito, que viajó desde Santiago del Estero ese mismo día, comenzó a celebrar la misa. Ahí, en el corazón de La Soledad, Jesús se hizo Pan para que el pueblo sienta su compañía. Jesús se hizo Pan para dar de comer a los niños que lo miraban como al manjar más esperado cuando lo recibían. Jesús se hizo Pan para saciar el hambre de consuelo y esperanza de cada familia. Jesús se hizo Pan para alimentar los sueños de cada voluntario de construir una sociedad digna para todos. Ese Jesús también se hizo presente como el Niño, el pequeño bebé que nació en Belén envuelto en pañales. Al finalizar la misa, todos se acercaron a adorarlo y besarlo, preparando el corazón para su nacimiento en Noche Buena.
Los festejos continuaron en medio de abrazos, felicitaciones, fotos, agradecimientos y aplausos. La fiesta no era solo por la Comunión, sino también por los cinco bautismos que se habían celebrado ese domingo al mediodía. Todos habían llevado algo de comida para compartir y se llenaban los vasos para calmar la sed. El cielo y un fuerte viento anunciaron la lluvia que comenzó a caer en el momento del brindis. Cada uno se refugió en el rincón techado que pudo y cuando las gotas fueron parando, la gente emprendió el regreso a sus casas. Un rato después, la tormenta llegó para quedarse toda la noche.
La mañana del lunes amaneció despejada y húmeda. El camino se había teñido del marrón oscuro que evidencia la cantidad de agua que había recibido durante la noche. El barro, que impedía salir a visitar las casas, también hablaba de la presencia de Dios en medio de la vulnerabilidad. El barro, en el que se quedó estancado el transporte contratado para volver a la ciudad, también ponía a cada uno en contacto con la fragilidad de la vida. El barro, que llevó a un vecino a prestar su tractor para solucionar el problema, también mostraba otra cara de la solidaridad. Dios, que llegó al mundo en un pesebre y como un niño, nace en La Soledad esta Navidad para cantar con todos que “Solo el amor convierte en milagro el barro”.
Lourdes Arbeloa
Equipo Voluntariado La Soledad
Ex alumna Colegio Santa Rosa